En
la época colonial un indio llamado Francisco Cantuña, impulsado por las ansias
de oro y grandeza, fue contratado por los Frailes Franciscanos para la
construcción del Atrio del Convento Máximo de San Francisco de Quito.
El
indígena comenzó la construcción del atrio pero lamentablemente el tiempo
que disponía era muy corto. Pasaron los días y la construcción aún faltaba
de terminar por lo que Cantuña poco a poco empezó a desesperarse.
Llegó
el momento en que faltaba tan solo un día para la entrega de la obra, y el
atrio aún no estaba culminado. Al verse impotente ante la falta del compromiso
adquirido, Cantuña cayó en desesperación y la aflicción se apoderó de él. En
esos precisos momentos, se apareció́ ante el asustado indígena, subiendo desde
las sombras más oscuras de las tinieblas, “Lucifer”, el amo y señor del
infierno.
El
miedo y la desesperación se apoderaron de Cantuña al ver la imagen de tan
temible ser, el cual con voz profunda y ronca exclamó:
–
¡CANTUÑA!. ¡Aquí́ estoy para ayudarte!. Conozco tu angustia. Te ayudaré a
construir el atrio incompleto antes que aparezca el nuevo día. ¡A cambio, me pagaras
con tu alma!
Ante
tal propuesta y producto de la desesperación y el miedo, Cantuña aceptó el
trato, solamente pidió una condición, que sean colocadas absolutamente todas
las piedras. El Demonio aceptó, le pareció una condición absurda y simple de
cumplir.
Inmediatamente
los “Diablillos” a órdenes de Lucifer empezaron a construir el Atrio de San
Francisco y en pocas horas fueron dando forma a la monumental obra
arquitectónica. Efectivamente, al pasar las horas, el Gran Atrio estaba
culminado. Tal como lo ofreciera Lucifer, la obra se culminó antes de la media
noche, fue entonces el momento indicado para cobrar el alto precio por la
construcción, el “alma de Cantuña”. Sin embargo pasó algo inesperado…, el
Demonio al momento de prestarse a llevarse el alma del indio, éste lo detuvo
con una timorata actitud…
–
¡Un momento! ¡Un momento! – dijo Cantuña.
–
¡El trato ha sido incumplido! Me ofreciste colocar hasta la última piedra de
la construcción y no fue así. Falta una piedra. ¡El trato ha sido incumplido!
En
aquel momento Cantuña sacó, debajo de su poncho, una roca que la había
escondido muy sigilosamente antes de que los demonios comenzaran su obra.
Lucifer, atónito, vio en instantes como un simple mortal le había engañado
de la manera más simple. Cantuña salvó de esta forma su alma, y el Demonio
sintiéndose burlado, se refugió́ en los infiernos sin su paga, no sin antes
insultar y maldecir al indígena Cantuña por el agravio.
De
este modo, el gran Atrio que se levanta solemne en el pretil del Convento
Máximo de San Francisco de Quito, fue construido manteniéndose infranqueable
ante los avatares del tiempo y de la gente para ser orgullo perpetuo de todos
los quiteños y ecuatorianos.
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